Josafat, rey de Judá, volvió sano y salvo a su palacio de Jerusalén.
2 Crónicas 19,1
La historia del reinado de Josafat tiene sus altibajos, entre los puntos bajos, están sus relaciones con Acab, rey de Israel, por quien se deja arrastrar a la aventura de recuperar Ramot de Galaad. Acción en la cual se pone en tal peligro, que sólo la mano del Señor, en respuesta a su grito pidiendo ayuda, pudo salvarlo.
Y volvió sano y salvo, ¡qué final feliz! El Señor había intervenido librándolo de la encerrona, sin duda su corazón quedó lleno de gratitud hacia Aquel que había hecho una diferencia entre él y su consuegro Acab.
Sin embargo, el Señor tenía algo que decirle sobre sus actos. En Jerusalén lo esperaba un profeta de Dios. Éste con mucho valor, porque no es fácil ni seguro rezongar a un poderoso, le dijo al rey: “¿Por qué ayudas al malo y eres amigo de los enemigos del Señor? Por este motivo, el Señor se ha enojado contigo”.
Cuántos claroscuros hay en los seres humanos, y qué frágiles somos a la tentación de las componendas. Pero el profeta Jehú continuó: “sin embargo, hay otras cosas buenas a tu favor…”
La mirada del buen Dios siempre es misericordiosa para con sus hijas e hijos, y ve lo mejor de nosotros. Por eso, pese a los vaivenes de nuestra vida, démosle gracias cada vez que volvemos sanos y salvos a nuestra casa.
Júzganos Padre, y al juzgar perdona, que en tu perdón hallamos libertad. (Canto y Fe N° 207)
Octavio Burgoa
2 Crónicas 18,28-19,3