22º domingo después de Pentecostés, 32º en el año
¡Y Él no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos están vivos!
Lucas 20,38
Un grupo de saduceos desafía a Jesús sobre la creencia en la resurrección, a partir de un ejemplo hipotético que se podría dar en Israel. Los saduceos no creían en la resurrección, los fariseos, sí.
Jesús, con mucha simpleza, explica que Dios es un Dios integral que tiene poder sobre la vida y sobre la muerte. La muerte es parte de la vida, aunque no veamos más de manera física a la persona que amamos. La muerte es la extensión de la vida de otra manera. Ciertamente no es fácil comprenderla, porque para nosotros/as la vida implica “ver a” o “relacionarme con” o “escuchar a”, etc. Sin embargo, la persona fallecida sigue presente en nuestros sentimientos, emociones y pensamientos, o sea, en nuestra historia de vida.
Vivimos no sólo de, pero también con nuestras historias, nuestras personas queridas en el recuerdo, y el pasado con sus múltiples experiencias que dejó sus huellas en nuestros cuerpos, almas y mentes. Dios sale al encuentro de nuestras experiencias y esperanzas, así como de nuestras soledades y miedos, nuestras preguntas y cuestionamientos existenciales.
Somos personas de esperanza porque confiamos en el Dios que resucitó a Jesús.
“Tener esperanza es tener futuro. Tener futuro es tener vida. Tener vida es confiar que algo más puedo hacer aún. Entonces me doy cuenta que dios espera algo de mí, confía en mis posibilidades, no me des- carta, ¡me necesita!” (Wilma E. Rommel: “devoción por la vida. ¡déjate acompañar!”, en W. E. Rommel y Daniela Caínzos, editoras: Frente a lo inevitable, IELU, 2020, p. 50).
Wilma E. Rommel
Salmo 17,1-9; Job 19,23-27a; 2 Tesalonicenses 2,1-5.13-17; Lucas 20,27-38 Agenda Evangélica: Salmo 85,9-14; Miqueas 4,1-5(7b); Romanos 8,18-25; Lucas 17,20-24(25-30) (P)