¡Miren! ¡Ya pronto vengo! Y traigo conmigo mi galardón, para recompensar a cada uno conforme a sus acciones…
Apocalipsis 22, 12
La tensión entre Gracia y Ley no es nueva, ni está resuelta. De hecho, quizás no sea lo ideal que una de ellas prevalezca sino que ambas estén en su necesaria proporción.
La Gracia mal entendida, muchas veces justifica y naturaliza una relación “aguada”, casi insulsa, con nuestro Dios. Vamos de visita a su encuentro, y sospechamos que tiene algo que ver con nuestro día a día, pero casi casualmente, una relación mágica sin mayores consecuencias éticas para nuestra vida.
Por otro lado la vida en total ausencia de la Gracia sería inimaginable, estaríamos continuamente pendientes de sumar “puntos a favor” en una lista infinita de deberes, sin posibilidad de soñar, ni de crear, ni de dialogar con Dios. Solo agachar la cabeza y seguir…
La relación con nuestro Dios tiene muchos matices, un amplio espectro de grises entre ese Blanco y ese Negro. Quien confunde la in- mensa misericordia del Dios de la Vida con un “vale todo” se pierde la posibilidad de saberse amado incondicionalmente por Dios. Quien olvida que no sólo debemos decir “Señor, Señor”, sino que también necesitamos poner en práctica lo que Cristo nos ordenó (Lucas 6), se está privando de experimentar la Gracia en su doble sentido: ser objeto de la Gracia de Dios y ser sujeto de Gracia para otra persona, que sea prójimo para mí o para quien pueda ser yo prójimo.
Sabemos que el momento de la pregunta llegará; que nos encuentre con la alegría de haber sido los mejores testigos que pudimos ser en cada momento de nuestra vida.
Peter Rochón
Apocalipsis 22,6-15