Tus gobernantes son rebeldes y compañeros de ladrones. Cada uno ama el soborno y corre tras las dádivas. No defienden al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda.
Isaías 1,23¡Hola amigo y hermano ISAÍAS!
Te sigo viendo duro, inflexible, enojado, intransigente. Hoy apun- tás a las autoridades. Sin pelos en la lengua, con la frente en alto le decís la basura que son: amantes de la corrupción, que se arrastran como ratas para recibir dádivas y quedar bien con los opresores.
¿Te guardaste esta carta para el final o es parte de tu estrategia? No es una crítica. Lo digo para que sepas lo que me producen tus juicios. Lo que sí me parece sensacional, profundo, válido y reconfortante es lo que sigue. Me estás mostrando un Dios que una vez más se juega con todo, y lo hace como siempre invitando a las víctimas de los corruptos. En tus palabras veo el rostro de un Dios que cura, que sana, que limpia a las víctimas, que levanta a los caídos, a los perdidos, a los que no saben para qué están viviendo. Un Dios que no solamente cura, sino que empodera, capacita para recomponer una sociedad fraterna y justa. No lo sé, pero me da la impresión que te referís a la época cuando el pueblo elegía jueces para resolver problemas que toda sociedad tiene. Sabés, no somos pocos los que
añoramos un pueblo así, un mundo como lo soñaste vos.
Han pasado muchísimos años, querido hermano y amigo Isaías, pero tenemos dolores y sueños muy parecidos. Ambos estamos con- vencidos de que el camino que nos ofrece Dios es el comunitario donde unos llevan cargas de los otros y al revés. Si te parece bien,
¿seguimos mañana?
Juan Pedro Schaad
Isaías 1,21-31