Aunque el Señor se oculta del pueblo de Jacob, yo confío en él. En él he puesto mi esperanza.
Isaías 8,17
Recuerdo una canción que dice: “Aunque no lo veamos el sol siempre está.” Y es verdad, pues aun si gruesas nubes de tormenta o una espesa niebla o neblina cubren el sol, no tenemos dudas de que detrás de esa barrera siempre está. También sabemos que aunque el sol se oculte en el horizonte cada atardecer, cada madrugada reaparece con su brillo y su calor para acompañarnos en nuestro diario trajinar. Así también sucede con nuestro Dios, aunque no lo veamos, y tantas veces no percibamos su presencia en situaciones de enfermedad y sufrimiento, él siempre está. Y aunque no siempre comprendamos sus propósitos, sus caminos y sus pensamientos que, como afirma el profeta, son diferentes a los nuestros, sin embargo Dios siempre está. Y aunque haya personas que lo nieguen, y no compartan nuestras convicciones, aún así Dios siempre está. Y qué bueno sería que también nosotros podamos dar testimonio, con la misma fuerza y certeza que Isaías: “Yo confío en él. En él he puesto mi esperanza.”
En las situaciones adversas y difíciles que nos tocan en la vida, como enfermedad, despedidas, desarraigo, falta de trabajo, quebranto económico u otras, podríamos llegar a desesperar y sentir “que se nos viene el mundo abajo”, o, por el contrario, estar seguros y convencidos de que Dios está siempre a nuestro lado, nos acompaña, nos consuela y fortalece.
No tengas miedo si es la noche oscura, tú no estás solo, ya no hay soledad; aunque la vida te parezca dura, hay quien dirige de la eternidad. (Canto y Fe Nº 204)
Bernardo Raúl Spretz
Isaías 8,16-23