Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba.

Mateo 4,1

El desierto es, según el diccionario, un lugar despoblado, solo, in- habitado. Pero también sabemos que los desiertos están llenos de vida que a veces no vemos, no percibimos, ni sabemos apreciar.
En la Biblia también el desierto es el lugar del encuentro con Dios. Allí en un lugar desolado, a solas, quizás con miedo, la presencia de Dios se hace visible proveyendo lo necesario para la vida.
Nosotros también pasamos por experiencias de desiertos, dolores, separaciones, miedos, situaciones que nos colocan a nosotros mismos frente a lo desconocido. Pruebas y tentaciones ante las cuales siempre debemos tomar decisiones.
Cuando Jesús es tentado en el desierto, lo es a través de cosas comunes: el pan, el poder, la fama. Lo que varía en relación a nosotros es que Jesús afirma su vocación en cada respuesta.
Muchas veces nosotros negamos nuestra fe y vocación en las respuestas. El pan preferimos que nos sobre y se ponga verde, en lugar de compartirlo. La fama y el poder nos atraen con fuerza casi irresistible.
Olvidamos que fuimos llamados a servir y no a ser servidos, a vivir como Jesús vivió y actuar como él actuó. A responder con convicción ante las tentaciones que vienen a nuestra vida. Dice un viejo himno: “Tentado no cedas, ceder es pecar”.
Que el Señor de la Vida nos encuentre en nuestros desiertos y nos conceda las fuerzas necesarias para no ceder a las tentaciones. Que en los desiertos de nuestras vidas podamos ver y apreciar las bendiciones de Dios que nos dan fuerza y acompañan.

Doris Arduin y Germán Zijlstra

Mateo 4,1-11

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