El Señor me llamó desde antes de que yo naciera; pronunció mi nombre cuando aún estaba yo en el seno de mi madre.
Isaías 49,1
Después que el templo fuera destruido y el pueblo llevado cautivo a Babilonia, el pueblo de Dios vivió una situación de refugio forzado. En esas arduas circunstancias, Isaías habla sobre un Dios presente. Confirma que en tierras desconocidas, la esperanza es vital, no por la autosuficiencia, sino porque Dios les conoce y ama desde antes que nacieran.
De cierta forma, cada persona ha experimentado situaciones de crisis. Un hecho no tan lejano es la dura experiencia de la pandemia del COVID-19 que inició en 2020. Rápidamente, todo tipo de encuentros presenciales se limitaron. Las cuarentenas buscaban que los sistemas de salud no colapsaran. Se cancelaron viajes, millones de personas perdieron sus empleos y salarios, los estudios y trabajos se tornaron en línea, aunque muchos no tuvieron acceso a las conexiones o a los medios de pago. El hambre, la soledad, la violencia, y muertes crecieron sin dejar mucha opción para vivir el luto ante tantas pérdidas.
La crisis afectó más a las comunidades vulnerables. En medio del encierro insano para muchos o de protección para otros, se incrementó el hambre y la violencia. La desesperanza no se hizo esperar, más Dios en cuidado fue el motor para que se renovara la ayuda y el apoyo. Se hizo real la frase: “te amo, te conozco y te he llamado desde el vientre de tu madre. Estoy aquí sobreviviendo contigo; ten fe”.
Oración: Te agradecemos, Dios, porque nos animas cuando no somos capaces de ser perseverantes. Fortalécenos y recuérdanos de tu llamado que nos empodera para continuar sirviéndonos mutuamente y en esperanza. Amén.
Patricia Cuyatti Chávez
Isaías 49,1-3