…No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás.

Génesis 2:17

En la novela “Frankestein” Mary Shelley cuenta la historia de un estudiante de medicina que fascinado por los adelantos de la ciencia logra, tras costurar un cuerpo humano, insuflarle vida mediante choques eléctricos. El personaje creado recibe el nombre de su creador pasando una vida de sufrimiento. Esta novela juega un poco con esta posibilidad de ser “dioses” y poder crear vida. Como humanidad seguimos luchando con esta cuestión y surgen las preguntas del límite de lo que podemos hacer en el mundo y de cuáles son los aspectos que deberían quedar pura y exclusivamente en las manos de Dios.
En la historia del génesis la serpiente, con su lengua bífida, que divide, hace creer a los seres humanos que Dios miente, que no quiere que ellos puedan ser “mas” que él.
A partir de este pecado original se nos instala el mal y la muerte en el mundo.
No hace tantos años una parte de la humanidad celebraba la clonación de la oveja “Dolly” mientras que otra parte miraba con horror. Hoy casi todos nuestros productos comestibles están manipulados genéticamente, las frutillas tienen genes de pescados para que aguanten el frio de las cámaras frigoríficas y los tomates han sido manipulados para que tengan mayor consistencia y no maduren tan rápido.
La pregunta es: ¿Dónde está el límite? Sin querer oponernos a los avances científicos y técnicos, nos cabe encontrar las pautas de una ética y de una bioética que cuide un poquito nuestra creación y a nosotros mismos.
Tal vez tenemos la oportunidad, en el día a día, de decir que no a la codicia de querer comer del árbol del bien y del mal, generando entre nosotros un poquito menos de muerte.

Waldemar Oscar von Hof

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