Jueves Santo
Luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.
Juan 13,5
Jesús demuestra cómo ama a sus discípulos hasta el fin, a través del acto de lavar sus pies. Jesús se levantó de la mesa y empezó a actuar con amor en la forma de servicio.
Simón Pedro no entendió por qué Jesús necesitaba lavar sus pies y quiso evitarlo. La respuesta de Jesús fue dura pero clara: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.
Una vez, los miembros de una iglesia tuvieron la oportunidad de lavar los pies de un grupo de mujeres indígenas. Se arrodillaron frente a las mujeres y empezaron a lavarles los pies. Sus pies eran grandes, por la falta del uso de zapatos, con grietas y duros después de tantos años de trabajar para beneficiar a sus familias y a su comunidad. Las mujeres se sintieron amadas. El hecho de lavar los pies de sus hermanas en Cristo trascendió la frontera del idioma y de la cultura, y comunicó el respeto entre ambos grupos. Las mujeres eran muy distintas, pero estaban unidas en la vocación de servicio.
Cuando Jesús terminó de lavar los pies de sus discípulos, les preguntó si habían entendido lo que acababa de hacer.
Servir a Jesús no es lavar sus pies, sino lavar los pies de nuestro prójimo, y al hacerlo así estaremos lavando los pies de Jesús. Al servir, nuestro propósito no es nuestra propia gloria, sino la gloria de nuestro Señor.
“Dios concédenos ser siervos fieles y humildes, ser tus manos de amor que transforman el mundo”
Selva Natalia Barrios
Juan 13,1-7.31b-35