Viernes Santo
Los soldados de la tropa, con su comandante y los guardianes judíos del templo, arrestaron a Jesús y lo ataron.
Juan 18,12

Un elemental sentido de la justicia nos hace reaccionar cada vez que una persona inocente es arrestada, condenada y metida en la cárcel. De manera que ello nos mueve a unirnos a las campañas por su liberación, ya sea intercediendo frente a las autoridades o protestando abiertamente ante lo que consideramos una clara injusticia. Lo cierto es que ante tales hechos se pone en juego de qué lado se encuentran nuestras lealtades.
El largo pasaje motivo de esta reflexión está cargado de un fuerte dramatismo. Jesús es traicionado, arrestado, interrogado, maltratado, condenado y finalmente crucificado. Y en medio de todos estos acontecimientos, incluso es negado por uno de sus más cercanos amigos y seguidores, mientras que otros se alejan por miedo a correr la misma suerte. En el momento de mayor necesidad, la amistad es puesta a prueba y la lealtad flaquea. Su madre y otras dos mujeres, en cambio, le acompañan en la cruz, desafiando todos los riesgos. También encontramos a dos hombres que no eran del círculo más cercano de sus seguidores, mostrando especial cuidado en darle una digna sepultura.
Resulta conmovedor notar cómo Jesús, aun en medio de todo lo que hubo de padecer, se preocupa por la vida y el cuidado de sus amigos y de su madre. Ese mismo cuidado y preocupación son los que demanda de nosotros y nosotras, sobre todo cuando se halla en peligro la vida y la integridad de nuestros semejantes.
En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia (Proverbios 17,17).

Rolando Mauro Verdecia Ávila
Juan 18,1-19,42

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