Pero Dios lo resucitó, liberándolo de los dolores de la muerte, porque la muerte no podía tenerlo dominado.
Hechos 2,24
El apóstol Pablo decía que la muerte es el último enemigo con el que tenemos que enfrentarnos. Y también el último enemigo que será derrotado.
La muerte no siempre es bienvenida. Ella es dolorosa porque quita, rompe, destruye, arrebata a los que amamos. La muerte solo es buena cuando libera del sufrimiento, de la agonía.
Para muchos, incluso algunos miembros de nuestras comunidades, la muerte es el fin. Allí en la fosa fría todo termina. No hay retorno.
Sin embargo, para el auténtico cristiano, la muerte fue vencida. Dios hizo estallar la loza que tenía encadenado a Jesús en aquel sepulcro prestado. Dios liberó a Jesús de las garras de la muerte y del pecado.
Por eso también afirmamos junto con el apóstol Pablo: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? I Cor.15,55
Queridos lectores: textos como éstos nos llenan de confianza. Aunque a veces las despedidas son sumamente dolorosas, la certeza del reencuentro nos devuelve la fe y la esperanza.
La esperanza de saber que así como Dios liberó a Jesús de la muerte, también un día nuestra muerte será dominada por la VIDA.
La resurrección es una convicción de fe que afirmamos cada vez que confesamos el Credo Apostólico. Amén.
“No te mueras con tus muertos; ¡vive este inverno de dolor, que te desnuda como quitándote la vida; pero, recuerda que la savia duerme para retoñar y florecer en primavera!” (René Trossero)
Stella Maris Frizs
Hechos 2,22-24