Por medio de Cristo, ustedes creen en Dios, el cual lo resucitó y lo glorificó; así que ustedes han puesto su fe y su esperanza en Dios.
1 Pedro 1, 21

Al Dios del Antiguo Testamento, el judío confesante lo sentía lejano y tenía de Él una imagen de alguien poderoso al cual debía temerle, por sobre todas las cosas. Con el envío de su hijo Jesús a la tierra, esa distancia se acorta y se crea un lazo muy fuerte y afectivo, permitiendo conocer al Padre de una manera más amorosa y cercana.
Cuando pasamos por situaciones difíciles de la vida es cuando más sentimos tener al Padre cerca, necesitamos poner en sus manos nuestra vida y depositar plenamente nuestra fe y confianza en Él.
Normalmente, nuestra relación con Dios es de diálogo y relación a través de la oración, para aquellos que la practican. A pesar de ello, cuando estamos bien, sentimos cierta sensación de poder valernos por nosotros mismos, nos sentimos con la capacidad de solucionar todo gracias a la salud y las cosas materiales que poseemos. Pero el poseer es efímero, es decir, hoy tenemos y mañana no lo sabemos. Así también sucede con la salud.
Más allá de esta situación, lo importante es reconocer que tenemos a un Dios que nos recibe con los brazos abiertos. Está siempre a la espera de que sus hijos vuelvan a Él. Y cuando sucede, hace una fiesta en el cielo. Amén

Darío Dorsch
1 Pedro 1,20-21

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