Y, por ser niños recién nacidos, busquen ansiosamente la leche espiritual no adulterada, que les permitirá crecer hasta que alcancen la salvación.
(1ª Pedro 2, 2)
“…leche espiritual no adulterada…”, la leche materna, el mejor alimento para un niño recién nacido. Pienso que el autor de la epístola se refiere a la Palabra pura, a la Palabra sola, que vendría ser la esencia de la lucha y obra de un Martin Lutero: volver a lo auténtico, a la razón de nuestra fe. A los creyentes les daban “leche adulterada”, contaminada con enseñanzas y doctrinas que no tenían nada que ver con el Evangelio. Y entonces se produce la Reforma del siglo XVI como respuesta a la corrupción y la decadencia que reinaban en la Iglesia y en la sociedad. Pero sabemos que esa Reforma que, sin lugar a dudas, marcará un antes y un después en la historia de la Iglesia y de la humanidad, también le abrió la puerta a nuevos males. En nuestros países hay miles de iglesias y todas reclaman para sí la verdad, todas dicen predicar la leche no adulterada.
¿Cómo aprender a distinguir entre la buena y la “mala” leche? El reformador Martin Lutero hablaba de la “comunidad de los creyentes emancipados”. Y para llegar a ser un/a cristiano/a emancipado/a tengo que aprender a “vivir” con la Palabra.
En mi infancia pasé mucho tiempo en la casa de mis abuelos. Todas las mañanas, antes de desayunar, comenzaban el día con la lectura bíblica y una oración. Lo hicieron de una manera muy sencilla ya que nunca habían hecho ningún curso, ninguna capacitación. Entendían la Palabra a partir de su propia realidad.
Para mí, el nene de unos siete años, fue un testimonio que me ayudó a encontrar mi camino como testigo del Evangelio de la Salvación.
Reiner Kalmbach