Lunes 8 de mayo

Porque nos ha mantenido con vida; no nos ha dejado caer.
Salmo 66,9
Muchas veces en nuestras vidas atravesamos momentos difíciles. Es en esos momentos que nos sentimos caer, como abandonados a la suerte. Puede ser una enfermedad, algún problema económico, una preocupación que nos aqueja, pueden ser varias cosas. En esos momentos es muy probable que sintamos la ausencia de Dios en nuestras vidas. Sin embargo, la fe del salmista nos invita a confiar en un Dios que siempre está presente. Más aún, que se hace presente siempre allí donde los temores y las dificultades nos afligen. Recuerdo cuando mis hijas estaban aprendiendo a caminar. Se sentían seguras al momento de saberse tomadas de la mano, ahora bien, cuando sentían que no contaban con esa mano amiga a la cual aferrarse para no caerse, volvían su mirada a uno u otro lado en busca de auxilio. Estaban inquietas, en apariencia abandonadas a su suerte, hasta que la mano amiga, o el abrazo generoso, aparecían por milagro. Así somos, como niños que deambulando por los caminos de la vida necesitamos de esa mano, de ese abrazo, en el cual sentirnos seguros y cobijados. Ciertamente sentimos un gran alivio y una profunda confianza cuando tenemos la certeza que alguien, del modo que sea, nos sostiene en nuestro caminar y fortalece nuestros pasos. En la vida no estamos exentos de dificultades y peligro, no sabemos en qué momento podemos sentir la ausencia de la mano amiga, pero, en esos momentos, es donde nuestra fe nos lleva a pensar y creer en este Dios que se hace presente para sostenernos. Un Dios que no nos deja caer, que, por el contrario, afirma y dirige nuestra caminata.

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