Las alabanzas de los niños de pecho son tu mejor defensa contra tus enemigos.
Salmo 8,1-2
¡El poder de las alabanzas es grande, inmenso! Ser agradecido es un estilo de vida, una comunión con nuestro buen padre que nos lleva a sentir el inmenso amor de ÉL en cada momento. Agradecer la alegría, la familia, la salud, el trabajo, pero también agradecer los oscuros tiempos que muchas veces pasamos, las tormentas, y los arco iris que luego advienen.
Mis días transcurren entre niños, hace 20 años que aprendo de ellos y con ellos… acompaño procesos de duelos, de frustraciones, e injusticias, de puertas cerradas, de exclusión, algunos a esta parte podrán deducir que trabajo en el campo de la discapacidad, si, ¡y por lo mismo también! soy participe de la alegría de cada paso dado, de una palabra esperada enunciada, de rostros de alegría y de emoción inmensa frente a los objetivos alcanzados. De orgullo, de fortaleza y de muchos aprendizajes.
En mi subjetividad hacen eco a diario corazones agradecidos y que proclaman el amor…ese amor que fortalece y que al mismo tiempo da esperanza.
Los niños cantan, oran, ríen, gritan, celebran con entusiasmo, efusividad y expectativa. Los niños crean un espacio amoroso, de confianza e ilusión, todo es devenir, todo es posible. Hay magia, hay posibilidad.
Cuando niños no tememos tirarnos a la pileta si nuestro papá o mamá nos esperan allí dentro…nuestra seguridad está puesta en sus manos que nos tomarán y protegerán de todo mal, nuestra confianza está puesta en quienes cuidan amorosamente de nosotros.
Seamos pues más niños confiando en los brazos de nuestro Dios y agradeciendo por ello, por esa garantía de sabernos amados, protegidos, hijos.
Vivamos con la alegría de esa certeza. Vivamos en agradecimiento. “Canten todos sin distinciones, entonándoles mil canciones, con guitarras, bombos y a viva voz, que todo suene dando Gloria a Dios.” (Canto y Fe N° 177)
Silvana Nagel
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