¡Yo soy Dios! ¡Yo soy tu Dios!
Salmo 50,7c
Lo que contemplamos, inevitablemente, nos transforma. Nos saca de nuestro estado de indiferencia y sumisión constantes, para llevarnos a la puerta del más allá, del otro y de la otra; ese momento en donde ese Dios que nos rodea, nos llama ponernos en sus manos. Contemplar es moverse hacia lo último, apresuradamente al romance profundo de la creación y de la eternidad.
El psicólogo Abraham Maslow sostenía que la pirámide de necesidades es un mapa incompleto de la existencia humana. La contemplación, por el contrario, es la pieza que falta en este modelo, ya que proporciona una forma de buscar el equilibrio entre las facultades finitas de nuestra mente consciente y nuestra búsqueda de espiritualidad y de Dios.
El ser humano se reconstruye a través de la contemplación. Se reconstruye porque es necesario que cada persona y cada comunidad de Cristo comprenda los reales problemas de nuestro mundo a fin de llegar a preocuparse por ellos y poder ofrecer una respuesta, a través del servicio al que Dios llama.
Lo maravilloso es que al final de cuentas, esa misma misión que Dios nos da, es la que define quiénes somos realmente, en la medida en que la asumimos en la plena consciencia de que Dios es y será para siempre quién nos llama, acompaña, guía y fortalece.
Por eso hoy necesitamos aprender a contemplar, no sólo lo que podemos sostener con nuestras manos, sino lo que existe más allá de nuestros propios ojos: seres humanos que sufren, creación que gime, manos que necesitan ser tomadas, personas que necesitan sentir que no están solos ante la inmensidad y la dificultad.
La promesa de Dios se mantiene fiel, ¿nuestra respuesta a su llamado también?
Eugenio Albrecht