Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
Mateo 10,28
Si desde el presente miramos la pandemia 2020-21 notaremos que una de las controversias más grandes estaba entre los pro y los anti vacunas. Hablando con varios ministros colegas, notamos con sorpresa que en muchas ocasiones, independientemente de qué postura se tome, el formato argumentativo que se utilizaba se asemejaba mucho al formato religioso. Este lenguaje se hacía más y más notorio cuando, en una discusión, subía más y más el grado de confrontación. En otras palabras, en muchas ocasiones, si bien se buscaba argumentar racionalmente, lo que en realidad afloraba era un alto grado de dogmatismo.
Si nos hemos vacunado o no, es una cuestión totalmente personal y no es, en absoluto, el objeto de esta pequeña reflexión. La cuestión aquí es totalmente otra. La pregunta podría ser: ¿qué nos pasa cuando necesitamos utilizar, consciente o inconscientemente, el lenguaje religioso para hablar sobre COVID-19? ¿Por qué la necesidad de ser dogmáticos en un tema que, racionalmente, pertenece a la medicina? Porque el COVID-19, nos guste o no, nos confrontó con la muerte.
Todos sabemos que, frente a toda enfermedad, la profilaxis es lo esencial, no el miedo. Entonces, me pregunto, ¿por qué hubo tantas personas con un miedo tan irracional? ¿No vivimos constantemente diciendo, acaso, que Jesucristo es nuestro Señor y Salvador? ¿En manos de quién nos hemos sentido?
En lo personal, durante toda la pandemia, hoy y siempre, mi vida y mi muerte están en manos de Jesucristo, no en manos de ningún virus o bacteria.
Mateo 10,24-39
Sergio A. Schmidt