Tú, Señor, levantas a los que tropiezan, y reanimas a los que están fatigados.
Salmo 145,14 (RVC)
El poeta rememora la figura de un rey ideal ya presente en el Salmo 72. Se trata de un gobierno bienhechor, particularmente atento a los débiles y necesitados.
Señala, claro está, a Dios quien gobierna al mundo con misericordia, justicia y bondad; vale decir, de acuerdo a los atributos propios de su carácter.
Un Dios bueno guía con bondad.
Un Dios justo manda con justicia.
Un Dios amoroso dirige con misericordia.
El salmista afirma que Dios sostiene a las personas que desfallecen y que levanta a las que caen. Esto explica por qué en situaciones límite buscamos a Dios con fe. Procuramos el rostro del Señor con amor porque tenemos esperanza en que ha de escuchar nuestras súplicas.
Sí, afirmamos que Dios actúa en nuestro favor, dándonos fuerzas para continuar y sosteniéndonos cuando tambaleamos.
Si nuestros reclamos son justos, podemos alegrarnos sabiendo que Dios intervendrá favorablemente. Pero si lo que pedimos implica algo injusto, de nada valdrán nuestras oraciones. Para decirlo con toda franqueza, las oraciones de las personas creyentes solo mueven a Dios a responder cuando claman por lo verdadero, lo justo y lo amable.
Dios no escucha oraciones vanas;
Dios no responde a reclamos injustos;
Dios no atiende palabras de odio.
No importa cuánto oremos, ayunemos u ofrendemos, no podremos mover a Dios a actuar en contra de su santa, bendita y soberana voluntad. En cambio, con seguridad seremos transformados/as y movidos/as a actuar con bondad, justicia y misericordia con quienes están a punto de caer, con los más débiles y necesitados de ayuda que están a nuestro alrededor.
Miguel Ponsati