Tú tienes cuidado de la tierra; le envías lluvia y la haces producir; tú, con arroyos caudalosos, haces crecer los trigales. ¡Así preparas el campo!
Salmo 65,9

El Espíritu de Dios renueva los ciclos de vida. Sin duda podemos apreciar esto aun mejor en el tiempo de la primavera, cuando asoman los primeros brotes verdes, pero, aunque no podamos verlo, incluso en este tiempo de invierno que estamos transitando, Dios continúa cuidando y renovando la vida.
Hay un hermoso escrito de Mamerto Menapace, sobre el tiempo de barbecho:
El barbecho, mientras tanto, no es un tiempo inútil. Porque, de una manera invisible a los ojos, pero muy real, se da en él un proceso de fermentación que aumenta la disponibilidad de su capacidad fecunda. Lo que quedó de los ciclos anteriores, se asimila lentamente y se incorpora a la fertilidad que será la acogida de la siembra nueva. El dolor de asumir lo perdido, puede ser la mejor manera de estar disponible para el don gratuito de lo que se espera recibir.
Es el tiempo del barbecho. Tiempo de unificación, previo a la disponibilidad. La tierra reconoce su pobreza y se abre al cielo, tratando de guardar el agua que recibe de él. Más que hacer ella misma, tiene que aceptar que ciertas cosas sucedan en ella. En el deshacerse de las cosas muertas que vivieron en ciclos anteriores, va poniendo en disponibilidad su sustancia e incorporando otras nuevas.
Todo esto es invisible para el turista. Incluso para el hombre de la tierra. Sólo que éste sabe algunas cosas más que aquellas que le dicen sus ojos. Tiene memoria. Como posee la certeza del pasado, su corazón está capacitado para creer en el futuro, y de esta manera no le resulta incomprensible o absurdo el presente.
Confiemos en el amor de Dios. Él sostiene y cuida la vida. Tengamos memoria.

Sergio Utz

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