7° domingo después de Pentecostés, 15° en el año
El sembrador salió a sembrar.
Mateo 13,3
Las hojas amarillas. Los árboles pelados. Los días grises y frescos. La lluvia intermitente. La humedad, el frío y los días más cortos, nada de esto nos invita a pensar en la vida en toda su plenitud. Así y todo, el otoño es el tiempo de siembra y la preparación de la tierra para los plantines de invierno. Aunque el tiempo no invite demasiado, la perseverancia y la constancia darán sus frutos. Sabemos que todavía falta el invierno, pero también en invierno habrá cosecha.
Las personas que viven del trabajo de la tierra tienen claro que sembrar es un acto de fe. La semilla puede tener todo tipo de tratamiento. La tierra puede tener todo tipo de nutrientes. Sin embargo, el resultado de la siembra no está en las manos de quien pone la semilla en tierra.
La semilla alimenta a las aves, crece entre los yuyos, en la tierra sin trabajar, en tierra preparada. La semilla es útil siempre. La semilla cumple su función. El problema no es la semilla, la tierra, ni las aves, ni los yuyos o los cascotes. El tema está en lo que esperan quienes siembran. ¿Qué esperamos que haga Dios con todo lo que estamos haciendo con nuestras vidas?
En tu misericordia protégeme, y en gozo o en angustia tu paz tendré. Que siempre yo contigo quisiera andar, sencillo como un niño, en ti confiar. (Canto y Fe N° 306)
Jorge Weishein
Mateo 13,1-9.18-23