Miércoles 19 de julio

El Señor todopoderoso, dice: Yo soy el primero y el último.
Isaías 44,6
Una de las primeras cosas que hacemos separados de nuestros padres es gatear. Cada cual, a su manera, yo primero como una lombriz, después apoyado en manos y codos y haciendo fuerza con las rodillas y los pies. Cuentan que poco a poco fui parándome sobre mis pies y dando mis primeros pasos. Iba desde la silla que me sostenía hasta mi madre que se alejaba cada vez más, para que el trecho andado fuera más largo. Se trataba de ganar equilibrio para andar solo trechos cada vez más largos. Un buen día, imagino, comencé a andar por mi cuenta, ampliando el radio de la zona conocida, el patio, el gallinero, el corral de los chivos, el jagüel. Otro día monté a caballo y salí a explorar ese palmar inmenso, sin alambrados, en el que me crié. Nuestro rancho estaba a pocos metros del deslinde, del camino que marca el límite justo entre la provincia del Chaco y la de Santa Fe. Las palmas se parecen unas a otras y al andar a campo traviesa, varias veces me desorienté y perdí el rumbo. Fueron experiencias horribles, la sensación de que el cielo, las palmas todo gira alrededor de uno. Pensás que vas al poniente cuando en realidad estás yendo al naciente.
Hoy, mi madre ya no puede andar sola sin su bastón o sin apoyarse en mí o en alguna de sus nietas o sobrinas. Es decir, que al comienzo y al final de nuestros días necesitamos de otras y otros para andar porque solos no podemos. ¿Y en el medio?
En el principio, en el medio y al final -y más allá de éste- está el Señor todopoderoso, ofreciéndonos su ayuda para aprender a andar en sus caminos, para llevarnos de vuelta cuando nos perdemos y para apoyarnos cuando solos no podemos. Está apenas a la distancia de una oración.

Sabino Ayala

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