Jesús también les contó esta parábola: “El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es, por cierto, la más pequeña de todas las semillas; pero cuando crece, se hace más grande que las otras plantas del huerto, y llega a ser como un árbol, tan grande que las aves van y se posan en sus ramas”.
Mateo 13,31-32

Cada vez que escuchaba la parábola de la semilla de mostaza venía a mi mente una profesora que siempre nos repetía una frase: “pequeñas acciones generan grandes resultados”; y me sorprendía la relación que había entre ambas.
Por un lado, una diminuta semilla de mostaza que, si no fuese sembrada y cuidada seguiría siendo una pequeña semilla y, por el otro, aquellos grandes resultados que no existirían sin esas pequeñas acciones previas.
Muchas veces queremos los resultados sin pasar por el proceso que implica conseguirlos. ¿Se imaginan aprobar un examen sin haber estudiado? O, ¿cosechar trigo sin haberlo sembrado? ¡Sería imposible!
Pasa con nuestra fe: que comienza siendo diminuta, pero si la alimentamos y cuidamos, esta fe irá creciendo hasta ser sólida, fuerte y firme.
Pero antes, tenemos que recordar que para que una semilla crezca, debe ser sembrada. Enfoquémonos en eso: abramos nuestros corazones y aceptemos la Palabra de Dios, para que esa semilla que está disponible para todos pueda ser sembrada en nuestros corazones y transforme nuestras vidas.
Esta es la enseñanza: la semilla es la Palabra y Jesús el sembrador. (Canto y Fe Nº 287)
Mateo 13,31-33.44-52

Alexandra Löblein

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