Jueves 24 de agosto

Pero mi salvación será eterna, mi victoria no tendrá fin.
Isaías 51,6b

Una mañana temprano nos encontramos con Víctor frente a un comercio de la ciudad. Aunque ya era hora de que estuviera abierto, seguía cerrado. Así que parados en la vereda nos saludamos y nos pusimos a conversar. Le pregunté cómo estaba y él me contestó: “ahí andamos, tirando…” Dijo mostrándose serio porque, después me contó, su esposa y él son jubilados con la “mínima” y se les está haciendo muy difícil vivir y afrontar sus gastos del mes. Hablamos un poco de eso y después vinieron otros temas. De algún modo los dos permitimos que fuera así, como queriendo escapar de aquel otro tema desagradable.

Conversamos entonces sobre su familia, esposa e hijos, su vida, trabajo, lucha y esfuerzo. En Víctor no había reproches o quejas, sino más bien gratitud y paz; como si su vida fuera una buena e íntegra construcción; y que las dificultades, las injusticias o los malos gobiernos padecidos no han podido malograr. Y seguíamos ahí parados, esperando y conversando, pero algo ya había cambiado. Dejamos de estar serios como al principio; sonreíamos y disfrutábamos de la charla. Cuando llegó el comerciante, nos despedimos con un “hasta luego”, como si pactáramos seguir con la charla en otro momento. O podríamos decir para retomar nuestra conversación “sanadora”, mediante la cual, atraer la fe y la esperanza a nuestras palabras, pensamientos y corazones. Porque es así, que cuando compartimos con los demás también se acerca Dios, que nos salva de lo que nos aflige y pone tristes, que nos da de esa victoria que es esperanza, alegría y paz. Victoria que, además, no tiene fin.
Amén

Delcio Kälsten

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print
magbo system