Pero mi salvación será eterna, mi victoria no tendrá fin.
Isaías 51,6b
Una mañana temprano nos encontramos con Víctor frente a un comercio de la ciudad. Aunque ya era hora de que estuviera abierto, seguía cerrado. Así que parados en la vereda nos saludamos y nos pusimos a conversar. Le pregunté cómo estaba y él me contestó: “ahí andamos, tirando…” Dijo mostrándose serio porque, después me contó, su esposa y él son jubilados con la “mínima” y se les está haciendo muy difícil vivir y afrontar sus gastos del mes. Hablamos un poco de eso y después vinieron otros temas. De algún modo los dos permitimos que fuera así, como queriendo escapar de aquel otro tema desagradable.
Conversamos entonces sobre su familia, esposa e hijos, su vida, trabajo, lucha y esfuerzo. En Víctor no había reproches o quejas, sino más bien gratitud y paz; como si su vida fuera una buena e íntegra construcción; y que las dificultades, las injusticias o los malos gobiernos padecidos no han podido malograr. Y seguíamos ahí parados, esperando y conversando, pero algo ya había cambiado. Dejamos de estar serios como al principio; sonreíamos y disfrutábamos de la charla. Cuando llegó el comerciante, nos despedimos con un “hasta luego”, como si pactáramos seguir con la charla en otro momento. O podríamos decir para retomar nuestra conversación “sanadora”, mediante la cual, atraer la fe y la esperanza a nuestras palabras, pensamientos y corazones. Porque es así, que cuando compartimos con los demás también se acerca Dios, que nos salva de lo que nos aflige y pone tristes, que nos da de esa victoria que es esperanza, alegría y paz. Victoria que, además, no tiene fin.
Amén
Delcio Kälsten