Así que, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios, que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, consagrada y agradable a Dios. Este es el verdadero culto que deben ofrecer.
Romanos 12,1
Cuando hablamos de ofrenda solemos pensar en aquello que se da, lo que ofrecemos mediante el dinero y otros bienes. Es correcto y también esperable que esa ofrenda sea dada con generosidad y alegría, una ofrenda agradable a los ojos de Dios. Nada es así cuando, por el contrario, lo que damos se ve como “una muestra de tacañería” como también enseña el apóstol Pablo. (2º Corintios 9: 5)
Pero en este caso, el apóstol va más lejos. Involucra en el dar a toda la vida. Él habla de darnos a nosotros mismos y de transformarnos en una ofrenda viva, agradable y consagrada a Dios. Toda otra ofrenda buena y generosa; y toda liturgia que hace del culto algo especial y hermoso, solo alcanzan sentido y valor cuando nuestra vida, está siendo entregada con generosidad y alegría, completamente para Dios. En el llamado del apóstol, resuenan las palabras de Jesús en aquella advertencia: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará” (Mateo 16:25). El único modo de “ganar” la vida es ofrendarla entera a Cristo, “perderla” por su causa. Entonces, y de acuerdo con los dones que recibimos de Dios y que con su ayuda pudimos desarrollar, podremos mostrar con alegría que solo somos ofrendas para Cristo Jesús. Y eso es “otro cantar”, música y canto agradable a Dios, para el culto verdadero. Amén.
Delcio Källsten