Lavadas ya mis manos y limpias de pecado, quiero, Señor, acercarme a tu altar, y entonar cantos de alabanza, y proclamar tus maravillas. Yo amo, Señor, el templo donde vives, el lugar donde reside tu gloria.
Salmo 26,6-8
En los últimos tres años como alumna no he tenido dificultades con química. Aun así, en uno de mis últimos exámenes he decidido no estudiar y en cambio llevar un papel escondido en mi cartuchera con todas las fórmulas y conceptos, además de copiar a mi compañero de al lado. Pensé que de esa manera me desharía de tener que estudiar bajo estrés por horas. Llegado el momento, pese a tener todo anotado, no entendía los enunciados del examen, no lograba leer lo que escribía mi compañero, lo que me llevó a tener bajísimo puntaje, reprobar la materia y llevarla a complementario. Me acuerdo cuando se lo admití a mi madre. Ella simplemente dijo: “Todo cae por su propio peso, esta vez no te funcionó y te aplazaste. Aun así, si hubieses aprobado no sería tu calificación verdadera, ya que sería producto de mentiras. Siéntate a estudiar aunque cueste, no hagas trampa y verás que pasarás”.
Pasé dos meses estudiando hasta que llegó el día del examen complementario y saqué una muy buena nota. El regocijo fue enorme, no solamente porque pasé de año, sino porque sí fui capaz de rendir sin mentir, era mi nota de verdad.
La paz que trae ser honesto no tiene precio, al actuar con integridad proclamamos las maravillas del Señor, ya que estamos libres de toda culpa y seguros de que si seguimos con sus mandatos, nos esperan cosas buenas y mejores.
Deseamos que cada día podamos acercarnos más a él proclamando sus maravillas y siguiendo sus mandatos. Amén.