Yo te he puesto como centinela.
Ezequiel 33,7-9
Recuerdo un campamento juvenil, en el cual reflexionamos sobre las distintas formas que puede tomar el amor y cómo los griegos utilizaban diferentes términos para referirse a ellas. Una de las formas es el Ágape: amor al prójimo, aquel al que no conocemos pero que es igual y diferente a nosotros a la misma vez. Es quizás la forma de amor más difícil de manifestar y es justamente la que nuestro Señor nos incita a practicar, un hecho que se plasma en estos versículos.
El texto nos dice que somos “centinelas del pueblo”: somos cuidadores, no sólo de nosotros mismos, sino que también del otro. Se nos llama a que, al igual que lo hacemos por un familiar o un amigo, cuidemos del otro y no lo dejemos a su suerte ya que somos responsables de ellos y ellas al vivir necesaria e irremediablemente en comunidad. Nos ordena que lo guiemos, pero no desde la imposición, ya que en definitiva Dios nos hizo libres de elegir y esa libertad se juega bi-direccionalmente: conciencia de nosotros para advertir y el otro de escoger qué hacer. Puntualizo la palabra “conciencia” ya que en toda libertad hay responsabilidad en el cómo se la utiliza y qué se obtiene como resultado de utilizarla.
En definitiva, quiere que sigamos su ejemplo actuando como el padre o madre que protege a su hijo cuando, por ejemplo, estos se embarcan en la vida independiente. Por eso, en este día te pido Señor que con tu mano sostengas la mía para poder seguir con tu ejemplo y tomarle la mano al prójimo, Amén.