Pero yo, el Señor, juro por mi vida que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva.
Ezequiel 33,10-11
El profeta habla en nombre de Dios, y lo hace como un centinela. Ezequiel es el gran atalaya del pueblo. La función del atalaya es la de advertir, cuidar, reconocer, proteger. Ezequiel es la persona elegida por Dios para dar la señal de alarma. Tiene una gran tarea relacionada con la vida o la muerte. El contexto es terrible, hay situaciones duras, personas destruidas por la maldad, hay culpa en muchos de ellos y ellas. Esto va generando resignación y no hay esperanza, ni futuro.
En medio de esa desesperanza, suena el anuncio de una nueva vida que Dios ofrece: Las personas pueden dejar esa carga mala del pasado, pero necesitan responder a la voz de Dios que los invita a ponerse en marcha y les dice: “cambien su conducta”, una invitación a acercarse a Dios, al arrepentimiento, al cambio de vivir, un cambio radical que implica una nueva forma de ver la vida, y que esa mirada sea la de nuestro Dios. Dios ofrece la posibilidad de la vida auténtica que implica un cambio en el ser humano. Si la vida es posible, todo es posible. Por eso hay una oferta de vida, tiene una carga de sentido especial cuando dice; “juro por mi vida”, porque garantiza una oferta de vida.
Nuestro Dios es un Dios de gracia, y nos ofrece vida entre tantas situaciones duras de nuestra existencia, nos ofrece reconstruir nuestro ser y nos invita a volver hacia él. Nuestra respuesta siempre marcará un rumbo, ¡qué la nuestra nos lleve en la senda de nuestro Dios! Amén.
Mario Gonzales