El Señor esperaba de ellos respeto a su ley, y sólo encuentra asesinatos; esperaba justicia, y sólo escucha gritos de dolor.
Isaías 5,7
Viña plantada por el Señor soy yo, ¿lo soy? Viña enraizada en lo profundo de la tierra, regada y podada por el jornalero con cariño. Viña de la cual se esperan frutos, y frutos apetecibles que endulcen paladares y alegren corazones; más, ay ¡qué pena!, ¡cuánto dolor! Quien cosecha, encuentra en mis gajos frutos agrios, soy un pámpano que muere antes de abrirse a la vida. Esos frutos que se esperan de mí, frutos de amor, de perdón, de equidad y justicia, no son los que produzco; por el contrario. Incumplo la ley, hago caso omiso de su voluntad, su mandato divino, y, como consecuencia de ello: muerte y destrucción. En mi orgullo, altivez y soberbia desoigo su voz, rompiendo el pacto e incumpliendo su mandato.
Me mandas amar, Señor, hasta el extremo de la entrega, pero me niego, eso no produce en mí un beneficio. Me envías a liberar al cautivo y levantar al caído, pero mis pasos se alejan apresuradamente. Me invitas a caminar por el desierto más yo no sé cómo hacerlo, o no quiero. Siento demasiado difícil asumir el compromiso, demasiada pesada la carga. Arráncame de una vez, por favor; pues no sirvo para la tarea. Esperas mucho de esto que soy, de este que apenas puede con su vida. Y Tú, Señor, desperdicias tiempo y abono conmigo. Soy viña sembrada por Él, plantada aquí en este mundo, viña de la cual se espera respeto a su ley y justicia. Ayúdame a serlo, Señor. Hoy. Siempre.
David Cirigliano