Pero todo esto, que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin valor.
Filipenses 3,7
Todo esto que valía para mí, afirma el apóstol, luego de enumerar un sinnúmero de cosas en la cual estaba puesta su confianza, tal como: la circuncisión, la raza, la interpretación de la ley y su cumplimiento. Todas estas cosas, en las cuales Pablo fundaba su fe y su compromiso, ahora han perdido su valor. Ahora es Cristo, su Señor, en el cual deposita, confiado, su vida. Es que, ha entendido que en Cristo se hace manifiesta la gracia, el amor y la misericordia de Dios. Ya no hay necesidad del cumplimiento escrupuloso de ciertas normas o ritos, basta la fe. Todo un testimonio por cierto. Ha comprendido que por más esfuerzo que haga, nada le hará sentir la seguridad y la certeza de la salvación, del amor de Dios, de su perdón. Así es. Todo aquello en que uno pueda depositar su confianza, poniendo a su vez la vida, no alcanzará jamás para darnos la paz que supone el saberse amado por Dios. Esto se da tan solo por haber aceptado a Cristo como Señor y Salvador. Nada más sencillo que esto. ¡Qué liberación! ¡Qué paz! ¡Qué tranquilidad es capaz de producir esta certeza! Todo el esfuerzo que supone ese cumplir cada una de esas normativas o prescripciones queda relegado en el único y sublime gesto de abrir el corazón para dejar que Cristo anide en él. Es Cristo, solo Él, la roca firme sobre la cual levantar nuestra tienda de campaña; la piedra angular sobre la cual edificar nuestras vidas. Todo lo demás ya no tiene valor.
David Cirigliano