No quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó primero.
Filipenses 3,12
Se cuenta que, cierta vez, un joven fue a pasar unos días en casa de sus abuelos, allá en el campo donde vivían. Una mañana, se levantó muy temprano y vio el amanecer más hermoso que sus ojos hubieran contemplado hasta allí. Hipnotizado por el sol que se levantaba en el horizonte puso sus pies en marcha hacia tanta belleza. Claro está que, por más presurosos que fuesen sus pasos, jamás lograba alcanzar la meta. Entre extasiado y contrariado detuvo su marcha, respiró profundamente llenando sus pulmones del aire más puro que hubiera respirado amanecer alguno, y, por primera vez, se sintió real y verdaderamente vivo. Entonces comprendió que, más allá de lo inalcanzable que hubiera podido ser el horizonte que ante sus ojos se levantaba, lo importante había sido emprender camino. En nuestra vida de fe, al momento de confirmarla y profesarla, suponemos que ya está todo hecho, que ya nada más es necesario, ya lo hemos conseguido todo. ¡Cuánto más lejano a la realidad! Recién allí es donde, habiendo sido alcanzado y aceptado por Cristo, comenzamos a desandar la senda de testimonio y compromiso. Camino que comienza ya desde nuestro bautismo, se afirma y confirma en la confirmación, se vive y comparte en la comunión de cada día. Seguir caminando, creciendo a cada paso, viviendo el día a día, siempre adelante. Cierto es, nunca alcanzaremos el horizonte que se nos abre por delante, pero, tenemos la certeza que, al igual que el apóstol, Cristo Jesús nos alcanzó primero.
David Cirigliano