Por último, hermanos, piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piensen en toda clase de virtudes, en todo lo que merece alabanza.
Filipenses 4,8
Hace aproximadamente 500 años, el reformador Martín Lutero releyó de una manera nueva para su tiempo los textos del apóstol Pablo en el Nuevo Testamento y llegó así a la conclusión que somos salvos únicamente por gracia de Dios. Esta verdad que nos puede parecer tan simple modificó la historia y cambió el escenario religioso, político y económico de su tiempo. Todas las iglesias que somos herederas de la Reforma iniciada por Martín Lutero reconocemos la justificación por fe a través de la gracia de Dios como uno de los ejes centrales de nuestra manera de entender la fe. En otras palabras, reconocemos que la obra de salvación de Dios en nosotros es un hecho que viene a nosotros sin que nosotros los merezcamos o tengamos alguna cualidad distinta a las y los demás. Es un acto gratuito, amoroso y generoso de Dios por la humanidad a través de Jesucristo. Somos salvos y hechos justos delante de Dios solo por gracia.
Ahora bien, el hecho que no podamos ni tengamos que hacer nada por nuestra salvación y que tampoco tengamos algún tipo de cualidad meritoria para ello, no significa que nuestras vidas no tengan que reflejar esta gracia de Dios en nuestro diario vivir. Es por ello que el apóstol Pablo seguidamente incluye en sus cartas recomendaciones muy concretas acerca de cómo debe vivir una persona que se confiesa cristiana y cómo su conducta y comportamiento deben reflejar la vida en Cristo. Una de estas recomendaciones es la arriba mencionada: una vida en la que se pone atención en lo verdadero, lo digno de respeto, lo recto, lo puro, lo agradable, lo que tiene buena fama, en las virtudes y en lo que merece alabanza.
Dios nuestro, en tu gracia permítenos vivir de tal manera que nuestras vidas reflejen tu amor y tu misericordia.
Sonia Skupch
