Damos siempre gracias a Dios, pues cuando ustedes escucharon el mensaje de Dios que nosotros les predicamos, lo recibieron como mensaje de Dios y no como mensaje de hombres. Y en verdad es el mensaje de Dios, el cual produce sus resultados en ustedes los que creen.
1 Tesalonicenses 2,13

El Evangelio no se desplaza por el aire como una idea que está de moda por un tiempo y luego se desvanece. No es una filosofía a la que sólo tienen acceso los que la estudian. No es un sistema de leyes y mandatos. El mensaje de Dios trae al mismo Señor a la vida de las personas. No es letra muerta, es Palabra viva, porque viene cargada del espíritu de Dios. Por eso se actualiza siempre, salva y sana, transforma a las personas, de tal manera que hace nuevas todas las cosas: “El que está unido a Cristo, es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron, se convirtieron en algo nuevo” (2ª Corintios 5:17). Increíble que esta Palabra del Señor se sirva de nuestras humildes palabras y vidas, de nuestro pobre testimonio. Es parte del misterio de la Encarnación de Dios, que no encomendó su palabra a una élite de eruditos o a los ángeles, sino a simples personas como vos y yo. Es más, parece que a Dios le gusta especialmente eso, valerse de lo débil y lo imperfecto para llegar a las personas. No quiere asustar a nadie, ni imponerse a la fuerza, sino pedir humildemente que se le dé entrada. En otro lugar, Pablo dijo “que la palabra del Señor corra”, que la invitación se haga extensa. Da la impresión que la Palabra del Señor tiene patitas para correr de un lugar a otro. Y es verdad. Se mueve de a pie de aquí para allá, utilizando los pies de Pablo y los tuyos y los míos. La Palabra del Señor no quiere ser conservada como propiedad, quiere hacer efecto. Y donde eso sucede todo es gratitud y asombro. Un pequeño detalle… hay que aprender a escuchar.

Karin Krug

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