“Feliz tú, que honras al Señor y le eres obediente”
Salmo 128,1

Experimentar la felicidad tanto en la vida cotidiana personal como comunitaria en un contexto global crítico y con pocas expresiones amorosas, representa uno de los desafíos más provocadores del tiempo en que vivimos. Una de las respuestas a este desajuste radica en la revalorización de los rituales y hábitos cotidianos que todas y todos tenemos y vivimos. Radica también en la necesidad de recuperar el silencio, hoy abarrotado de mercancías ruidosas y baratas que nos hacen perder toda referencia a lo bello, a lo sagrado y a lo divino que tiene nuestra vida. En este sentido, ser feliz es honrar y obedecer la Palabra de Dios, pero ¿cómo? La obediencia no es solo disfrutar de las retribuciones otorgadas, sino poner en práctica para sí, para nuestra familia y para nuestra comunidad, las buenas palabras, producto de los buenos pensamientos que puedan provocar acciones transformadoras. Pensar, decir y obrar bien, según lo que Dios, a través de su palabra, nos ha enseñado.
Para finalizar, me gustaría recuperar el significado de la palabra “obediencia” que, si bien se utiliza ordinariamente para designar el cumplimiento de reglas y órdenes, originalmente significó “dar crédito”, “creer”, “dar oídos” y/o “escuchar”. El sentido del oído sirvió de referencia para la formación de muchas palabras en nuestra lengua. ¿Interesante, no? En este marco cobra otro sentido el texto que da comienzo al Salmo 128: “Feliz tú, que honras al Señor y le eres obediente”. La obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación, de saber escuchar, importante para las buenas relaciones, la convivencia y las tareas productivas.

Andrea Paula De Vita

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