Voy a anunciar la decisión del Señor: él me ha dicho: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy.”
Salmo 2,7

Todos somos hijos de Dios, a todos nos engendró y nacimos de su gracia. El texto de hoy nos señala la importancia del momento en el que somos nosotros mismos los que nos damos cuenta de ese suceso y nos aceptamos y entendemos como hijos de Dios; es el momento en el que cambia la vida.
En mi caso personal, siempre participé y pertenecí a la iglesia, desde pequeño, esto lo hacía con gusto porque lo disfrutaba mucho, era feliz. Sin embargo, tuve que sentir el llamado, para entender y comprender que soy hijo de Dios, que él me llama a trabajar en su obra y aceptar ese llamado. Esto me ocurrió en el ámbito juvenil, del cual participo desde mi confirmación. No obstante, fue en un momento clave en el que comprendí que mi rol no era solo de participar y recibir, sino que debía involucrarme y tomar un rol activo, en el ámbito juvenil, como así también en la iglesia toda.
Todos somos hijos de Dios, pero cada individuo vive su fe de manera distinta, eso es lo hermoso de seguir a Dios, seguirlo sin ataduras, sentirnos liberados con él, encontrar nuestro lugar. Él sentencia que cada uno es hijo suyo, que nos ha elegido para seguirlo, pero el camino comienza cuando somos nosotros los que comprendemos qué significa y lo aceptamos.

Mateo Gabriel Fischer

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