Voy a ponerlas al cuidado de un pastor que yo mismo les daré. Ese pastor será mi siervo David, y él será quien las apacentará.
Ezequiel 34,23
Vemos aquí el modo de actuar de nuestro Dios, que busca cuidarnos, protegernos. Lo hace en muchos casos a través de personas que Él llama y capacita para la tarea. Esto nos lleva a preguntarnos ¿nuestras comunidades de fe son espacios de cuidado y contención de sus integrantes?
Se nos invita a trabajar juntos para que nuestras comunidades sean lugares de contención y afecto. Lugares donde se alimente a cada persona con palabras y gestos de amor fraterno; y de ser necesario, alimentar materialmente a quien lo necesite. En la comunidad cristiana no hay lugar para la competencia, la rivalidad o la lucha de poder, es un lugar de cuidado mutuo. Un espacio donde el caído es levantado y sanadas sus heridas por los demás. “En fin, únanse todos en un mismo sentir; sean compasivos, misericordiosos y amigables; ámense fraternalmente y no devuelvan mal por mal, ni maldición por maldición. Al contrario, bendigan, pues ustedes fueron llamados para recibir bendición”. 1 Pedro 3:8-9. También que el/los siervo/s a cargo de la comunidad, puedan llevar a todos a apacentarse en los verdes pastos de las promesas de eternidad de nuestro Señor Jesucristo, y guíen a la comunidad a saciar su sed en el manantial de agua fresca que salta para vida eterna (Juan 4:13-14).
Las comunidades de fe pertenecen única y exclusivamente a nuestro Señor Jesucristo, quien fue lastimado y despreciado. A pesar de ello, en un gesto de amor sublime se entregó como cordero sin mancha, para regalarnos perdón de pecados, salvación de nuestras almas y vida eterna.
Fabián Pagel