Una voz clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor”.
Isaías 40,1-5
Había una vez un pequeño pueblo llamado Olvidado. Un pueblo con muchas carencias y como su nombre lo indicaba, estaba “olvidado” de muchas cosas. Cuando llovía, los caminos se tornaban intransitables. Un pueblo donde parecía que nunca pasaba nada.
Y un día, Olvidado recibe una gran noticia: el gobernador estaría allí de visita en pocos días.
De repente, se arreglaron los caminos olvidados hacía mucho tiempo.
De repente, se repararon las calles del pueblo.
De repente, se arregló la plaza, se pintaron de blanco los troncos de los árboles y cordones de la vereda.
De repente, se hermosearon los carteles y entradas de los edificios públicos.
De repente, Olvidado se transformó en otro pueblo: prolijo, limpio, arreglado.
Esta visita movilizó la vida de las personas del pueblo. Generó esperanzas de que muchas de las “cosas” que estaban olvidadas para una sociedad y una vida más plena fueran realizadas. Y entonces la gente se preparó.
Hace mucho tiempo, otro pueblo, el de Israel, se encontraba exiliado en Babilonia. Y un día recibe un mensaje de esperanza de parte del profeta Isaías. Ese Dios a quien ellos seguían no los había olvidado. Los consuela. Les da esperanza. Los invita a prepararse para el retorno. Los invita a preparar sus vidas y sus caminos para que su gloria se muestre en ellos. Ahora vendría un nuevo tiempo, que pondría fin a sus penas y a sus angustias.
El tiempo de Adviento es un tiempo de espera y preparación. ¿Cómo nos preparamos hoy? ¿Cómo preparamos hoy nuestros caminos?
Querido Dios ayúdanos en este tiempo a preparar nuestros caminos para recibirte en nuestras vidas y en nuestros corazones. Amén.
Juan Dalinger