Juan les contestó: —Yo soy una voz que grita en el desierto: Abran un camino derecho para el Señor, tal como dijo el profeta Isaías.

Juan 1,23
¡Qué decepción! Ellos fueron al desierto en busca de un líder a quien seguir. Escuchar lo que nos dice y seguirlo ciegamente.
¡Qué decepción! Él mismo dice no ser lo que la gente iba a buscar. Él, Juan el bautista, era solo un heraldo, un mensajero.
Su misión era más simple. ¿Más simple? Preparar al auditorio para que cuando venga el verdadero, el que tenía que venir, esté preparado para recibirlo.
O sea, ¿era un segundón? ¡No!
Aunque no tenía “el rol protagónico”, él sabía que su tarea era sumamente importante, sin su quehacer, lo que venía no podía darse.
Y… ¿Cuánta gente aspira a tener el rol protagónico? Luchan, hacen todo para llegar, incluso cosas que salen de los parámetros cristianos.
Por otro lado, ¿cuántos sirven y hacen su tarea con alegría y entusiasmo, aunque sea en segunda, tercera, cuarta línea, y lo hacen con alegría y agradecimiento?
Recuerdo una mujer en una de las parroquias que estaba contentísima cuando podía lavar y limpiar todas las ollas sucias, pegoteadas durante un campamento de jóvenes. ¿Un rol secundario? No, porque si nadie las limpiaba, no se comía.
Lo más lindo es que esta señora siempre decía: “yo lo hago con alegría, porque es mi manera de poder estar presente, ya que no puedo jugar ni revolcarme en el piso, puedo hacer esto y sentirme feliz”.
Tantas hermanas y hermanos que están ahí, que muchas veces no se ven, pero que en silencio sirven a Dios con alegría y a su manera, con lo que pueden hacer, preparan el camino para el Señor. Una gratitud y bendición para cada uno de ellos.

Pablo Münter

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