El pueblo que andaba en la oscuridad vio una gran luz; una luz ha brillado para los que vivían en tinieblas.
Isaías 9,2

Para atender algunas de nuestras comunidades debo atravesar regularmente el Parque Provincial Uruguaí, que es un tramo de 30 kilómetros de selva misionera autóctona. En una oportunidad que regresaba tarde en una noche de verano, no había tránsito, nubes, ni luna, así que decidí estacionarme al costado de la ruta, apagar todas las luces y bajar del auto. A medida que mis pupilas se iban dilatando, comenzaron a verse ante mis ojos las estrellas. La vía láctea estallaba de luminosidad y la Cruz del Sur me confirmaba dónde estaba ubicado. Hice un esfuerzo para detectar alguna luminosidad de “la civilización humana” y no la encontré. Sólo las estrellas, la brisa que hacía susurrar las hojas, un urutaú que cantaba a los lejos y el aire fresco y puro que inundaba mis pulmones. Minutos después retomé el viaje con una plenitud que sólo me hacía dar infinitas gracias a Dios por ese maravilloso momento.
Hoy estamos celebrando la llegada al mundo del Hijo de Dios, que vino de manera tan humana y tan frágil en una fría noche de Belén recibiendo el abrigo de los animales en el establo. Este Jesús, que realmente iluminó y sigue iluminando a toda la humanidad. Que nos enseñó muchísimas cosas, y que posteriormente por su amor murió, resucitó y ascendió junto al Padre y nos prometió que siempre estaría a nuestro lado.
Nuestra realidad cotidiana en ciudades donde nunca se apagan las luces, salvo por un gran apagón, es difícil encontrarse en oscuridad total. Aun así, siempre hay algún tipo de luz. Así también, la sociedad ha cambiado y hay muchos tipos de luces que iluminan nuestra vida. Pueden ser luces de glamorosas vidrieras, de ostentosos autos o de atractivas pantallas, pero esas luces; muchas veces nos esconden la verdadera luz, que es la luz de Cristo.
Que en este tiempo de Navidad, podamos apagar esas luces que nos encandilan y que no nos permiten ver esa gran luz de Cristo que nunca se apaga. Las otras luces, esas de neón, led o lo que fueren, al poco tiempo se agotan y nos hacen notar que estamos en tinieblas; en cambio, la Luz de Cristo es para siempre. No dejes de buscarla.

Rubén Mohr

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