Los ancianos, los jóvenes con los niños alaben el nombre del Señor.
Salmo 148,7-14

Muchas veces la Palabra de Dios nos invita a la alabanza. Y muchas de sus páginas son alabanzas. Es bueno alabar al Señor.
Podríamos preguntarnos por qué necesitamos alabar al Señor, siendo que Dios no “necesita” nuestra alabanza.
Es que a nosotros nos ayuda a reconocer quién es nuestro Dios.
Alabando a Dios nos damos cuenta de su Sabiduría, de su Inteligencia. Podemos descubrir su Providencia.
Alabando a Dios hacemos memoria de quién es nuestro Señor y todo lo que ha hecho por nosotros. Él nos hizo, a Él pertenecemos, somos su pueblo y ovejas de su rebaño, dice el salmista. Es el que nos bendice con todo lo que somos y todo lo que tenemos.
Es el que nos redimió, el que nos da vida en abundancia, el que nos regala el participar de su vida divina.
La alabanza inspira nuestra confianza, aumenta nuestra fe.
La alabanza es una forma de oración que suscita en nosotros la acción de gracias que es una actitud fundamental para nuestra relación con Dios.
“Que mi boca cante tu alabanza
De Ti, Señor, nuestra vida nació
Que mi boca cante tu alabanza
Tú eres mi apoyo y refugio, Señor
Que mi boca cante tu alabanza
En Ti se alegra y canta mi ser
Que mi boca cante tu alabanza
Mi confianza está en tu bondad
Que mi boca cante tu alabanza
Te alabamos hoy, por tu poder
Te alabamos por tu bondad
Gloria a Ti, Señor, Tú, vencedor
Que me inunde tu gran amor
Que mi boca cante tu alabanza”.
(Canto de la Comunidad del Emmanuel)

José María Soria Pusinari

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