A todo aquel que no haga caso de lo que ese profeta diga en mi nombre, yo le pediré cuentas. Pero el profeta que presuma de hablar en mi nombre y diga algo que yo no le haya mandado decir, o hable en nombre de otros dioses, será condenado a muerte.
Deuteronomio 18,19-20
Hay una doctrina protestante que se llama «libre albedrío». Desde fuera, parece que facilita las cosas… puedes hacer lo que quieras. Sin embargo, para quienes estamos convencidos de los postulados de la Reforma, sabemos que esto es bastante complicado en la vida diaria, ya que cada uno de nuestros actos, pensamientos, omisiones, lo que damos y recibimos, lo que decimos y callamos, debe ser digno de la mirada de Dios y contar con su aprobación.
Justamente, Dios ha enviado a innumerables profetas para señalar el camino, pero no siempre se les ha escuchado. En cambio, se ha dado espacio a aquellos que hablaban en nombre de dioses que nada tienen que ver con el Creador.
Finalmente, incluso Dios mismo se hizo presente al encarnarse en Jesús, para que no queden dudas sobre cuál es el mandato y cuáles son las directrices.
En el libro del Deuteronomio se encuentran advertencias tanto para el incumplidor como para el usurpador. Ante nadie podemos esgrimir excusas por nuestros actos y decisiones.
Pero Dios no solamente se hizo hombre y habitó entre nosotros para advertir y señalar los caminos errados, sino también para vivir nuestras contradicciones en carne propia, sufrir con y por nosotros, y anunciarnos el gran amor y misericordia divina para aquellos que, a pesar de todo, se arrepienten y encaminan su camino hacia el Salvador.
Norberto Rasch