Sábado 10 de febrero

No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros nos declaramos simplemente servidores de ustedes por amor a Jesús. Porque el mismo Dios que mandó que la luz brotara de la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón, para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de Dios que brilla en la cara de Jesucristo.
2 Corintios 4,5-6

Rostros que brillan. La madre mira al bebé en sus brazos, y su corazón se llena de amor. El novio que no puede dejar de mirar a su pareja. Una mirada de amor hace brillar el rostro. ¡Qué lindo sería si alguien me mirara de esta forma!

En el comienzo, Dios miró al mundo caótico con su mirada de amor, y se hizo luz. Dios mira a las personas, hace que «brille su rostro» sobre ellos, para que comprendan y sientan su amor. Algunos, como Caín, no pueden creer en este amor y bajan amargados su mirada. Los que levantan la mirada para mirar a la cara a Jesucristo, sienten este amor divino.

Esta mirada de Jesús cambia mi forma de ser, pensar, sentir y actuar, y también cambia la forma en que miro a los demás. Los miro con más paciencia, superando el impulso de juzgar lo que me parece extraño. Esta mirada me saca de mi comodidad y me impulsa a actuar, a luchar por aquello en lo que estoy convencido. Me ayuda a amar incluso a aquellos que no me simpatizan.

El rostro brillante de Jesús me contagia para que también mi rostro comience a brillar y refleje algo del amor de Dios.

Kurt Herrera
2 Corintios 4, 5-6
Palabra clave: mirada de amor

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