¨Oh Dios, ten compasión de mí¨.
Salmo 51, 1a
“Oh Dios, pon en mí un corazón limpio, dame un espíritu nuevo y fiel. No me apartes de tu presencia ni me quites tu santo espíritu. Hazme sentir de nuevo el gozo de tu salvación; sostenme con tu espíritu generoso para que yo enseñe a los rebeldes tu camino y los pecadores se vuelvan a ti. Líbrame de cometer homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación y anunciaré con cantos que tú eres justo.
Señor abre mis labios, y con mis labios te cantaré alabanzas. Pues tú no quieres ofrendas ni holocaustos, yo te los daría pero no es lo que te agrada. Las ofrendas a Dios son un espíritu dolido; tú no desprecias oh Dios un corazón hecho pedazos”.
En estos versículos del Salmo, David hace una petición desde su sincero arrepentimiento para ser perdonado. Este perdón lo lleva a convertirse y entregar su vida como una herramienta para la palabra de Dios. Los versículos son claros en que Dios no desea sacrificios humanos ni de animales como modalidad para obtener la redención.
Para recibir el perdón, es necesario reconocernos en nuestro pecado, en nuestros errores; también es necesario sentir el deseo y abrirnos a la transformación interna, ya que esta transformación es necesaria y una condición para ser perdonados. La pureza del corazón debemos entenderla como «autenticidad», es decir, poder abandonar la hipocresía y ser íntegros desde nuestro ser en las diversas situaciones de nuestra vida cotidiana.
Andrea Kalmbach
Salmo 51, 10 – 18
Palabras claves: pecado, transformación interna.
Andrea Kalmbach.
IERP: Centro Ecuménico de Encuentros Dietrich Bonhoeffer – CEEDB, Posadas Misiones