“Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.”
Marcos 1,11
Como humanos, buscamos formas en las que encajamos, formas en las que somos insertados en una identidad más grande. Se nos da una ilustración de esta «aceptación» en Marcos 1, 11 «Tu eres mi hijo amado, en ti tengo complacencia». Una imagen poderosa del amor y la aceptación que también tenemos con Dios.
Como hijos de Dios, somos aceptados y apreciados tal como somos, pero ¿quiénes somos? Somos individuos con identidades específicas. Somos mujer, somos hombre, somos trans, somos negros, somos indígenas. ¡Venimos en estos maravillosos paquetes multicolores! Saber quiénes somos; saber que somos únicos “entrelazados en el vientre de nuestra madre”, es un comienzo saludable para una pertenencia más grande. Saber quiénes somos facilita un sentido de respeto por la identidad distinta de los demás. Así es como debemos llegar a nuestras comunidades: como un manojo de identidades unidas por nuestra identidad en Cristo.
Qué hermosa alquimia, reunir a todo el pueblo de Dios; visto y amado como un solo pueblo en el que Dios está “muy complacido”.
Estas palabras dichas a Jesús en su bautismo sirven como un recordatorio de que en nuestros bautismos también se nos ha dado el Espíritu Santo y se nos ha hecho coherederos con Cristo. Aferremonos a esta verdad, confiando en nuestras identidades individuales únicas y en nuestra identidad como hijos de Dios, amados y aceptados tal como somos.
Adrainne Gray
Marcos 1,9-15
Palabra clave: Identidad, comunidad, diversidad