4° domingo de Cuaresma (Laetare)
Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.
Juan 3, 16
Qué tranquilizador resulta este evangelio, destacando la relevancia de la fe, y qué poderoso es este versículo en particular. No sé si me hablaría de la misma manera ahora que soy madre, a diferencia de cómo lo haría antes. Gracias, Señor, por esta manifestación de tu amor hacia todos nosotros.
Todos los que creemos en Jesús, quien murió y resucitó por nosotros, tenemos vida eterna. Dios envió a su Hijo al mundo para que fuese salvador, no para condenarlo. Jesús es la clave de la salvación.
Aunque somos propensos al error y al pecado, la misericordia y bondad de Dios siempre nos rescatan de las tinieblas.
Creer en Jesús es como una luz que nos ilumina a nosotros y a nuestro entorno, a menudo de manera misteriosa e incomprensible para otros. Los invito a unirnos en oración bajo esta luz, que será nuestra guía en momentos de oscuridad y cuando la realidad parezca consumirnos sin esperanza. En la luz de Cristo somos llamados a renacer y a hacer el bien.
Para Juan, la vida eterna es nuestra relación con Cristo y comienza en este momento. Entonces, hermanos y hermanas, ¡caminemos junto a él, esparciendo su luz!
En nuestra oscuridad
Enciende la llama de tu amor, Señor
De tu amor, Señor
(Canto de Taizé)
Clara Meierhold
Juan 3,14-21
Temas: amor de Dios, salvación
Clara Meierhold, Licenciada en Recursos Humanos, Iglesia Evangélica del Río de la Plata, Belén de Escobar, Buenos Aires, clara@meierhold.net