Todo el que tiene fe en que Jesús es el Mesías, es hijo de Dios; y el que ama a un padre, ama también a los hijos de ese padre. Cuando amamos a Dios y hacemos lo que él manda, sabemos que amamos también a los hijos de Dios.
1 Juan 5,1–2

Amar incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, no siempre es una tarea sencilla; en ocasiones, puede presentar ciertas complicaciones que solo se superan cuando permitimos que fluya la verdadera esencia del amor. Esto me trae a la mente casos de parejas con hijos de relaciones anteriores, donde en muchas ocasiones se ama al cónyuge pero los hijos no son aceptados en esa dinámica. Es una historia un tanto triste que refleja un amor egoísta, condicional y alejado de la auténtica entrega, contradiciendo el verdadero propósito que nuestro Padre nos enseña
¿Somos capaces de amar sin condiciones ni cuestionamientos? Claro que lo somos, gracias a la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Aunque al leerlo parezca sencillo y rápido de alcanzar, en realidad no es algo que logremos de un día para otro; no ocurre por arte de magia. Más bien, se trata de cultivar la apertura, la perseverancia, la confianza, la paciencia y la tolerancia. Requiere entregarnos por completo y esperar en el Señor.
Si aceptamos a Jesús, también reconocemos al Padre y lo que su presencia conlleva. Aceptamos y vemos a los hijos de Dios como hermanos en la fe.
Señor, ayúdanos a experimentar la belleza de amar sin esperar recompensa, ayúdanos a saborear la esencia de ese amor que solo Tú puedes brindar. Permítenos amar hasta ser el reflejo del mismísimo amor.

Iris A. Reckziegel

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