Pero si lo que esperamos es algo que todavía no vemos, tenemos que esperarlo sufriendo con firmeza. De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo santo.
Romanos 8,25-27

Siempre me llamó la atención una alabanza que dice:
“Yo pensaba que el hombre era grande por su poder, grande por su saber, grande por su valer”. “Yo pensaba que el hombre era grande y me equivoqué, pues grande sólo es Dios”
En la humanidad, existe una gran dosis de autosuficiencia y un vano orgullo que no conduce a ningún destino significativo. Mientras nos aferramos a estas actitudes, a menudo descuidamos la búsqueda de Dios. Sin embargo, cuando Él nos encuentra, es importante reconocer nuestra fragilidad, ya que eso nos ayuda a mantenernos conectados con la realidad y tener los pies firmes en la tierra.
Esto implica que, como cristianos, no somos superiores a otras personas. Para vivir conforme a la voluntad de Dios, necesitamos depender de Él en todo momento, desde que nos despertamos hasta que nos acostamos. Debemos comprender que nuestra fortaleza reside en el hecho de que Dios nos sostiene con su mano.
Debemos acudir a Dios con humildad diciendo: “ayúdame a orar, ayúdame a cantar en tu honor, para servir con devoción y para permitir que mi fe me guíe en el amor hacia mi prójimo”. En este acto, algo verdaderamente divino acontece: nuestra oración es acogida por el Santo Espíritu y transformada conforme al código de Dios y a su voluntad.

Alexis Salgado

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