Pero Dios el Señor llamó al hombre y le preguntó: ¿Dónde estás?
Génesis 3,9

¡Quién no se ha escondido alguna vez! Mi nieto Fermín, de 3 años, hizo rodar una sandía, lo cual no debía hacer, y como resultado, la sandía se rompió. Se asustó tanto que se escondió detrás de una cortina. Lo busqué por toda la casa y, al llamarlo cariñosamente, salió de su escondite. Tenía miedo y se había asustado por haber hecho algo que no estaba permitido.
¿Qué padre o madre no ha salido en busca de su pequeño en algún momento, cuando se encontraba en algún lugar donde no debería estar?
¿Cuántos de nosotros nos hemos ocultado o seguimos ocultándonos tras nuestras máscaras de desobediencia, que son nuestros pecados? Además, buscamos culpables. ¡Nos asemejamos a Adán!
¡Existe un Dios que no deja escapar nada y continúa llamándonos para que regresemos a Él, reconociendo nuestra fragilidad!
¡Existe un Dios que se entristece cuando lo desobedecemos y nos desviamos del camino, pero aún así nos sigue llamando!
Dios está atento a todos nuestros movimientos y anhela nuestro bienestar. Dios recorre cada rincón, pasea en el espacio abierto de nuestro patio y nuestro hogar, en nuestros lugares de trabajo, en las salas de velatorio y en las clínicas y hospitales, preguntando: «¿Dónde estás?»
Hoy la pregunta es para ti y para mi ¿qué respuesta le damos a Dios?
Señor, ayúdame a examinarme a mí misma, cuestionando dónde me encuentro. Reconociendo que eres tú mismo quien suscita esta pregunta, y que es a través de tu gracia y amor que sigues recorriendo y preocupándote por cada uno de nosotros, esperando incluso a escuchar nuestra respuesta a tu llamado.

Amalia Elsasser

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