Porque sabemos que Dios, que resucitó de la muerte al Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con él, y junto con ustedes nos llevará a su presencia.
2 Corintios 4,14
Una de las paradojas con las que nos desafía el Evangelio es que a través de la muerte podemos alcanzar la vida. En realidad, no estamos completamente preparados para enfrentar la muerte, ya que comúnmente la experimentamos como una pérdida irreparable, una ausencia definitiva, especialmente cuando afecta a personas cercanas y familiares. Por esta razón, nos resulta difícil depositar toda nuestra esperanza en la resurrección y la vida eterna.
El contraste entre vida y muerte se repite constantemente en la segunda carta de Pablo a los corintios. Todas las vivencias del apóstol están impregnadas de la paradoja que representa la muerte y resurrección de Jesucristo. En virtud de su testimonio apostólico, Pablo se encontró en numerosas ocasiones al borde de la muerte; sin embargo, de la misma manera, experimentó la gracia y la vida del Señor en su propio ser. Por lo tanto, el enfoque central de su predicación gira en torno a Cristo crucificado y resucitado, así como las bendiciones que estas realidades confieren a los creyentes.
A lo largo de nuestra vida, experimentamos diversas situaciones de muerte, pero también de gracia y vida. Para reafirmar nuestra esperanza en la resurrección y la vida eterna, es crucial vivir estas realidades en nuestra propia experiencia, centrándonos en aquel que, a través de su muerte y resurrección, logró la victoria definitiva de la vida para todos nosotros.
En este día me encontraré contigo, con el dolor batallaré. Y al ver la Vida triunfando invicta, en esperanza hoy, Señor, yo viviré (Himno “Porque Él vive”, Bill y Gloria Gaither).
Rolando Mauro Verdecia Ávila