Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
2 Corintios 4,18

Cuando logramos apreciar sinceramente la realidad que nos envuelve con afecto y simpatía, podemos experimentar una suerte de nueva perspectiva. Podríamos incluso afirmar que hemos conseguido vislumbrar la realidad con una mirada renovada. En otras palabras, la realidad se transforma a medida que adoptamos una nueva forma de contemplarla. Como expresó Antoine de Saint-Exupéry en “El Principito”: “…sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”.
El apóstol Pablo vivió en carne propia esta verdad. Aparte de los peligros que enfrentó a lo largo de su ministerio apostólico, tuvo que confrontar intentos de desacreditación por parte de ciertos miembros de la comunidad de Corinto y de varios misioneros que se creían superiores a él. A pesar de todo esto, el apóstol consiguió una y otra vez hallar la fortaleza y el consuelo necesarios para perseverar, convencido de que trabajaba para lograr realidades que trascendían su propia persona y desafiaban los esfuerzos de quienes intentaban desacreditarlo.
Desde esta profunda y radical experiencia, el apóstol Pablo nos invita a discernir las verdades del Evangelio de Cristo con los “ojos de la fe”. Sólo de esa manera podremos reconocer y apreciar la eternidad de nuestra nueva vida como creyentes, y, con esa mirada, caminar esperanzados hacia la meta del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Filipenses 3,14).

Rolando Mauro Verdecia Ávila

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