Y todos los árboles del campo sabrán que yo soy el Señor. Yo derribo el árbol orgulloso y hago crecer el árbol pequeño. Yo seco el árbol verde y hago reverdecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo digo y lo cumplo.
Ezequiel 17,24
En el silencio de la contemplación, volvemos nuestros corazones hacia el profeta Ezequiel, un mensajero divino en tiempos de exilio y tribulación. Su tarea fue doble: anunciar el justo castigo que el pueblo de Israel merecía por su desviación de los caminos de Dios y, al mismo tiempo, ofrecer consuelo y esperanza a los corazones heridos.
La esencia de su mensaje se centra en la fidelidad a Dios. Cuando desviamos nuestros ojos de nuestro Señor, cuando olvidamos los pactos que hemos sellado con Él, abrimos la puerta a la ira divina. Sin embargo, en medio de las palabras de juicio, surge una promesa milagrosa: “Yo seco el árbol verde y hago reverdecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo digo y lo cumplo”. Aquí reside la maravilla de la fidelidad de Dios, Su capacidad de renovación y redención.
En nuestras vidas, ¿cuándo dejamos de ser fieles a nuestro Señor? La respuesta varía, pero en su esencia, ocurre cuando permitimos que algo o alguien ocupe el lugar central que solo Dios merece. En este día, renovemos nuestro compromiso de ser fieles a Dios en todas las estaciones de la vida. Que Su bendición descienda sobre nosotros mientras continuamos confiando solo en Él. Amén.
Dario Dorsch